jueves, 25 de abril de 2013

MADRID Z 11. EL BALCÓN DE ENFRENTE


La ducha me está sentando genial para apagar el sofoco del susto. Ana se ha duchado primero, y cuando ha salido todavía lloraba desconsoladamente, no se como estará ahora mismo. Yo tengo todavía la carne de gallina y me duele el estómago.

Esta mañana sobresaltados por los gritos nos hemos mirado y hemos salido corriendo al balcón, Ana ha levantado un poco el toldo y hemos podido ver a una señora pidiendo auxilio en el balcón de enfrente. Por supuesto sus gritos han sacado del letargo a todos los infectados del barrio. Hemos preguntado nerviosos que es lo que pasaba, olvidando la alegría de encontrar a alguien más con vida. La señora nos ha explicado llorando que su hijo se estaba poniendo enfermo que tenía temblores y que no sabía que hacer. La única solución era convencer a la pobre mujer de que su hijo se iba a transformar en zombi y que tenía que sacarlo de casa o aislarlo en una habitación antes de que dejara de tener los temblores, porque, como pude comprobar con Eulogio (que por cierto estaba en su terraza con su brazo partido mirándonos con cara de hambre) es el momento en que se convierten definitivamente.

Con nerviosismo le hemos dicho a la mujer como actuar, pero estaba completamente bloqueada, ha perdido las fuerzas y se ha dejado caer de rodillas en la terraza mientras no paraba de nombrar a su hijo, a su pobre hijo. Ana me miraba con cara de desesperación, pero no podíamos hacer nada, la calle estaba llena y el balcón estaba demasiado lejos para intentar cualquier gesto heroico. Le he empezado a gritar a la señora para que se pusiera en pie y actuase rápido. Por lo menos tenía que intentar encerrarse ella en la terraza o en alguna habitación y en unas horas, cuando la calle se hubiese despejado, podríamos pensar en un posible rescate. En ese momento la señora se ha tranquilizado un poco y ha conseguido levantarse, parecía que había avances. Mientras yo estaba totalmente centrado en ella, Ana ha pegado un pequeño grito mientras se ha echado las manos a la boca. Dentro de la casa el hijo se había puesto en pie y su instinto le hacía buscar carne sana.

En esos momentos la única opción era que la señora saltase al balcón de al lado ya que no se podía cerrar la terraza desde fuera, era cuestión de tiempo que el hijo la encontrase. Ya no hemos dejado de llorar y de decirle a la pobre mujer que lo intentase, pero no lo ha hecho. En unos segundos el hijo ha salido al balcón y la señora se ha alegrado de verle, pero rápidamente se ha percatado de que algo no iba bien. También se ha dado cuenta de que no podía huir.

El primer bocado ha ido al cuello, Ana se ha tirado al suelo dando la espalda a la escena y tapándose los oídos para no escuchar los gritos, yo me he sentado a su lado y he hecho lo mismo. Después de cinco minutos me he levantado, he bajado el toldo, he cogido a Ana de la mano y nos hemos metido dentro como si nos persiguiese el miedo.




CONTINUARÁ!!!

DR. BARNEKOW


jueves, 18 de abril de 2013

MADRID Z 10. RATOS DE MIEDO


Me meto en la ducha ya en la mañana del miércoles, al que he bautizado como el tercer día zombi, y no dejo de pensar en lo que pasó anoche y en lo que nos acaba de pasar.

Ayer Ana sacó su jeringuilla y una aguja y me cogió de la mano para salir a la terraza. Ahora pienso en que me gustó que me cogiera de la mano y me desvío de la historia, además tengo novia, novia zombi seguramente, pero novia, y hasta que no hable con ella y lo dejemos no debería hacer nada, porque si cuando se enfada tiembla la casa no me quiero imaginar que pasará si se entera de que la engaño siendo zombi… me come vivo. Aunque deberá entender que no puedo mantener una relación con ella siendo una zombi, somos de mundos muy diferentes. ¿Cómo serían nuestros hijos?

A lo que iba. Salimos a la terraza y pusimos en marcha su plan que consistía en llamar la atención de Eulogio para agarrarle y sacarle sangre de algún modo. Con el palo de la fregona dimos golpes en su balcón y conseguimos que toda la calle nos mirara con deseos caníbales. Al poco salió Eulogio y se acercó al muro que le separaba de nosotros, una vez allí estiró los brazos como queriendo alcanzarnos. Se supone que entonces yo tenía que agarrarle el brazo, pero me quedé totalmente paralizado, ¿y si me arañaba o me clavaba las uñas y me infectaba?... Tras una mirada de sorpresa de Ana, agarré con fuerza el cubo de la fregona con la izquierda y le aprisioné la mano mientras con la derecha le sujetaba el brazo. Era su turno. Entonces, cual banderillera en tarde de faena, se abalanzó sobre la vena hinchada en el brazo de Eulogio y en pocos segundos ya tenía la jeringuilla llena. Ana soltó de golpe, yo seguí haciendo fuerza, el señor dio un latigazo en dirección contraria y un crujido horrible se metió en mi oído mientras el codo de Eulogio se doblaba del revés. Me dolió más a mí que a él, literalmente. Me quedé horrorizado y tirado en la terraza, mientras él, ajeno a su luxación o rotura de codo o lo que fuera, insistía en atrapar a quien estuviera al otro lado de la terraza.

Mis sudores no me dejaron ver como Ana lloraba desconsolada detrás de mí. Cuando tomé conciencia de nuevo fui hacia ella y la abracé con fuerza. Nos conocíamos solamente de hace unas horas y ya era el segundo abrazo que nos dábamos, en el primero hubo mucha pena, en este segundo había terror. Después de eso ya no hubo fuerzas para mucho más, un poco de alcohol y la bajada de adrenalina nos hizo caer dormidos a los dos, cada uno en su sofá. No hubo medidas de seguridad entre nosotros, bajamos la guardia pero no importaba, no había razones.

Serían las ocho de la mañana cuando nos han despertado unos gritos que venían de la calle. Nos hemos levantado sorprendidos a la vez y ha llegado el momento más aterrador desde que los zombis invadieron Madrid.



CONTINUARÁ!!!

DR. BARNEKOW

jueves, 11 de abril de 2013

MADRID Z 9. PRIORIDADES



Cuando Ana termina de contarme su mañana del lunes, empiezo mi parte y le pregunto por Lola. Me dice que no la conoce, su casa es de otro portal y la terraza de Eulogio la separa de la de mi chica. Hablo en pasado de ella, utilizar “era” en lugar de “es” se me hace amargo y me da ganas de llorar. Ella se da cuenta y se produce un silencio incómodo que corto pidiendo una ducha.

Me doy la mejor ducha de mi vida, todavía hay agua caliente, pero la relajación que me provoca hace que vuelva a la realidad. Pienso en que, si esta chica tiene razón, la gran mayoría de mis amigos y familiares habrían tomado leche. Leche con cola Cao, leche con café, leche sola, quizás yogures, queso… Me he salvado por los pelos, por que hace unos meses dejé de desayunar leche porque me sentaba mal, porque el domingo en casa de Lola no había yogures para el postre.

Salgo de la ducha con los ojos rojos de llorar y por un segundo Ana se asusta por si me hubiese convertido en zombi. Al darse cuenta de lo que me pasa viene hacia a mí y me da un abrazo mientras rompe también en lagrimas. Sólo nos conocemos desde hace poco más de una hora, pero ya nos debemos mucho, ella me ha salvado la vida y yo la he salvado de la soledad. Mientras me abraza me pregunta si estoy cansado y la verdad es que sí, pero me da miedo que pase como en casa de Eulogio y además sólo son las siete de la tarde. Así que voy a intentar aguantar un poco.

Me ofrece un cigarro que acepto, aunque no fumo. Ya no hay por qué no fumar. Toso un poco y empezamos a hablar sobre qué hacer en las próximas horas, días, meses… yo no tengo plan más allá de volver a casa en bici. Aunque no estoy muy entrenado no creo que tardase más de unas pocas horas si no hay problemas por el camino. Ana me comenta que toda su familia es de un pueblo de Ciudad Real y que de momento no se ha planteado volver ya que las carreteras estarán llenas de coches y debe ser difícil esquivarlos. Aun así una de sus compañeras de piso tiene una moto (que ya no va a usar) aparcada al principio de la calle y es una muy buena opción para moverse en trayectos largos. Todo esto me anima a la hora de tener compañía en mi viaje, pero su plan a corto plazo es otro y, sinceramente, es una locura.

Quiere extraer la sangre de una persona infectada para luego ir hasta el hospital donde trabaja, el 12 de Octubre, y analizarla. Así podríamos saber cuál es el origen real de lo que pasa y saber si es realmente irreversible como estamos dando por hecho. También quiere llevar una muestra de la leche que tomaron sus amigas para intentar analizarla, aunque admite que no sabe muy bien como hacer eso porque ella solamente es enfermera. No quiere dejar que pase mucho tiempo ya que puede que la electricidad deje de funcionar y eso es importante. A pesar de que le veo mil pegas a su plan, sugiero a mi amigo Eulogio como sujeto del experimento ya que es un zombi viejuno y el peligro será menor que bajar a la calle con una jeringuilla a buscar donantes.

Mi sugerencia hace que Ana se active. Vamos a sacarle sangre al pobre Eulogio.



CONTINUARÁ!!!

DR. BARNEKOW

jueves, 4 de abril de 2013

MADRID Z 8. NUEVAS TEORÍAS


Con el sudor resbalando por mi frente y Eulogio de camino a la terraza, escucho una voz que me susurra a través del toldo descolgado del balcón de al lado. Adivino una cara de mujer que me dice que no salte, que intente pasar donde ella se encuentra. Me tengo que fiar porque todavía no he visto zombis que hablen, así que supongo que está viva y me quiere ayudar.

Me desplazo poco a poco hasta agarrarme a ambos balcones a la vez. Eulogio ya está en la terraza y viene hacía mi. Pero justo cuando estira los brazos para alcanzarme paso al otro lado y me lanzo de cabeza por la rendija que hay entre el toldo y la pared. En el balcón oscuro del piso de al lado me recibe una chica joven, morena que me pregunta entre susurros si me encuentro bien. Se me va a salir el corazón del pecho, pero no me puedo quejar, sigo vivo.

Me invita a pasar dentro y me dice que se llama Ana. Me ofrece una manzanilla y me pide que le cuente como he llegado hasta allí, supongo que lo hace para que me tranquilice mientras hablo. Ella está bastante tranquila y cuando concluyo mi historia me dice: “es la leche”. Pues sí, es la leche que sean las tres de la tarde del martes y parezca que han pasado años desde que me desperté ayer lunes y empecé a correr. Pero me rectifica. Dice que tiene la teoría de que es la leche la que ha provocado todo esto. Ha estado haciendo listas como la mía, quizás con más sentido que yo. Ella lleva desde ayer por la mañana en casa y ha podido asimilar todo esto desde la tranquilidad de una casa cerrada. Es intolerante a la lactosa y es lo único que ella no ha tomado en las últimas horas… pensándolo bien yo tampoco lo he hecho.

Intento sacar fallos a su teoría pero me explica que de alguna forma se ha contaminado la leche y todo el mundo que la ha probado desde el domingo por la noche ha terminado contaminado. Es enfermera y salió de trabajar el domingo a las diez de la noche, fue hasta su casa que comparte con otras dos chicas y se acostó porque estaba cansada. La mañana del lunes desayunó zumo mientras sus compañeras tomaban leche con cereales y después de hablar un rato y fumarse un cigarro salieron las tres de casa a la vez, sobre las doce del mediodía; justo cuando yo doblé la esquina de Latina. Al poco de bajar a la calle vieron que todo el mundo estaba raro, muchos andaban con espasmos, algunos andaban sin rumbo y otros huían corriendo sin saber muy bien por qué. Sus compañeras se empezaron a encontrar mal casi a la vez y ella trató de socorrerlas. Intentó llamar a la ambulancia y las líneas estaban colapsadas, así que quiso subirlas a casa pero vio a escasos metros como unas señoras atacaban a un hombre mayor y lo devoraban como locas.

Aquí Ana empieza a llorar rompiendo con la calma que había mostrado hasta ahora.

Una de las señoras se volvió hacia ella con ojos de furia y entonces entendió que tenía que salir de allí lo antes posible, aunque para ello debía abandonar a sus amigas. Las recostó con cuidado y se fue hacia el portal. Se metió rápidamente con la señora pisándole los talones y se encontró con otro vecino convulsionando en el portal. Subió corriendo, cerró la puerta con llave, salió al balcón y bajó el toldo sin las sujeciones para que nadie pudiera verla desde la calle. Asomada a la rendija del toldo vio como sus amigas se levantaban y empezaban a caminar sin rumbo, con la piel pálida, los ojos enrojecidos y la boca abierta.



CONTINUARÁ... 

DR. BARNEKOW