Era
medianoche en el Bar de los Sentimientos cuando dos de ellos salieron a la
puerta por separado.
- Perdona, ¿tienes fuego? – preguntó Amor
con amabilidad.
- Si claro, toma. – contestó Soledad sin
terminar de mirar a quien le había preguntado.
Antes
de devolverle el mechero con el que se había encendido el cigarro, Amor intentó
entablar una conversación.
- Creo que te conozco de algo pero no sé de
qué.
- Pues la verdad es que no suelo venir mucho
por aquí… ni por ningún sitio. – contestó Soledad.
- Yo soy Amor. – dijo extendiendo la mano
amablemente.
- Yo Soledad.
Entonces
Soledad extendió la mano para cumplir con las normas sociales y notó un tirón
que la obligó a recibir un beso de Amor en cada mejilla. Esto le provocó un
ligero sonrojo y un pequeño y extraño mareo que quiso olvidar rápidamente
mirando hacia otro lado y dando una calada a su cigarro.
- ¿Te importa si te hago una pregunta? –
dijo Amor mientras crecía más y más su curiosidad.
- Pregunta – contestó Soledad con desgana.
- ¿Quién eres?
Parecía
una pregunta muy ambiciosa para lo poco que se conocían y no esperaba una
respuesta concreta, pero Amor sabía que ninguno de los dos estaba allí por
casualidad.
- ¿Quién soy? – sonrió de medio lado y se
lanzó a contestar sin saber muy bien por qué – soy un cigarro sólo en la puerta de un bar, un paseo en mitad de la
noche de vuelta a casa. Soy la mano extendida en la cama que no encuentra a
nadie, los buenos días que no se pueden dar. A veces me siento deseada y muchas
veces odiada… y a veces estoy sola y otras veces, como hoy, rodeada de gente
sin que nadie se dé cuenta.
- Parece que hoy has conocido a Sinceridad.
– dijo Amor bromeando.
- Y tu, ¿quién eres?
- Yo soy un paseo de la mano al atardecer, un
abrazo sincero, una caricia por debajo de la mesa. Soy la mano extendida en la
cama que encuentra a alguien o un beso de buenos días. Mucha gente no me cree,
pero si les digo que soy dos ancianos al calor de una estufa o una mirada
eterna sin llegar al beso, empiezan a dudar. Podría pasarme horas diciéndote
quien soy pero no te veo muy cómoda y se nos ha terminado a los dos el cigarro.
- No te preocupes tengo mucho tiempo para
estar sola. – contestó Soledad con ironía.
Se
abrió la puerta del bar y alguien salió con intención de irse a casa.
- No sabía que os conocíais. – dijo
sorprendida - ¿alguno de los dos me puede
llevar a casa?
Amor y
Soledad se miraron fijamente, ninguno tenía ganas de marcharse todavía pero al
final uno tomó la decisión con resignación.
- Claro
Desesperación. – dijo Amor – hoy te
vienes conmigo.
DR. BARNEKOW