¿Qué harías
si supieses que vas a morir hoy? ¿Pasar más tiempo con los que quieres? ¿Dejarle
las cosas claras a alguien? ¿Hacer cosas prohibidas? ¿Hacer el amor por última
vez? ¿Decirle a alguien lo que sientes?
Pero ¿y si
solamente es una sospecha? Pasarías el día con miedo, atemorizado, sin saber
por dónde viene a buscarte la parca...
Ese día me levanté al escuchar el despertador, a la hora de siempre, y empecé a recordar lo que había soñado. Soñaba que era niño, que jugaba con mi hermano, mis primos, mis amigos de la infancia pero también con los de ahora... Había soñado con una especie de escena donde estaban muchas personas importantes de diferentes épocas de mi vida a la vez. Hasta que mis padres nos llamaban a mi hermano y a mí para comer.
Me fui a la ducha y empecé a recordar. Dicen que
cuando vas a morir tu vida pasa por delante de tus ojos como una película, eso
fue lo que empezó a pasar mientras me duchaba, mientras me secaba, mientras me
vestía, mientras desayunaba... Antes de salir de casa tuve que detenerme ante la
puerta, respirar profundamente y repetirme que tenía que parar de recordar, o no iba a
poder evitar echarme a llorar ante tal avalancha de recuerdos ordenados y
editados cual vídeo de concursante expulsado de reality. Pero no contaba con el
poder de la música y con que llevase puesto en el coche un disco recopilatorio
que me dio por llamar "las canciones de mi vida”. Recuerdos entre el
tráfico que me teletransportaron de casa al trabajo. Recuerdos que me
acompañaron durante toda la jornada. Varias veces fui a lavarme la cara,
mirarme al espejo y tranquilizarme, pero se ve que no eran los nervios los que
provocaban este ataque cinematográfico en mi cabeza.
Fue sobre el
mediodía cuando desarrollé la teoría que decía “si mi vida pasa ante mis ojos
es que voy a morir”. Aunque me encontraba bien de salud, sin achaques ni cosas
raras, hacía deporte con frecuencia y comía bastante sano; lo que no te libra
de algo súbito. Pensar que era mi último día de vida y que tenía que trabajar
hasta media tarde era muy duro, y más sin saber en qué momento me iría para
siempre.
Llegué vivo
a casa, fui a ver a mis padres y les abracé tan fuerte que me preguntaron los
motivos, a lo que contesté con un escueto y entrecortado “no pasa nada”.
Intenté quedar con algún amigo, pero todos andaban ocupados. Intenté quedar con
alguna amiga, pero ninguna estaba disponible. Así que me encontré solo en casa
con la televisión apagada, llorando y con el cerebro repasando las últimas
vacaciones en Tarifa. La película de mi vida llegaba a su fin y mi día había
sido más bien un “quiero y no puedo”, un manual de cómo no debes pasar tus
últimas horas en el mundo.
Así que abrí
una cerveza, encendí un cigarro, puse el último disco de Vetusta Morla y me
senté en el patio mirando al cielo y esperando que la película de mi vida me
atropellara y desvelara el intrigante final.
Hay muchos
tipos de finales, este era inevitable, aunque a la vez intrigante ya que la
muerte sólo era una suposición que había cobrado fuerza en mi cabeza, pero
si no era la muerte, ¿qué era? Mi cabeza seguía completando la película de mi vida como un ordenador
que se está vaciando.
Los últimos segundos fueron el
recuerdo de un abrazo fraternal, el sonido de una cerveza abriéndose, el olor a
humo, una canción a la deriva y una puesta de sol. Después oscuridad. Mis ojos
se cerraron cuando me vi a mi mismo sentado y mis recuerdos alcanzaron el
instante en el que me encontraba.
Desperté de madrugada en el
patio, con la mente vacía y ganas de vivir, llamé al trabajo para no ir y ese
día hice todo lo que no pude hacer el día anterior por miedo, fui a por mis
amigos y amigas, les dije a mis padres que les quería, llamé a todas las personas
que me importaban, hice el amor... Liberado de la
muerte se vive mejor, quizás por eso me concedió ese día de prórroga antes de
quitarme el aliento para siempre mientras dormía solo en mi cama con una
sonrisa, esperando la llegada de un nuevo y provechoso día.
DR. BARNEKOW