Fue mi profesor de psicoterapia. Él siempre nos dijo que lo importante
en la relación con el otro era quedar atrapados en el “instante de la
mirada”. Ese momento en el que dos personas quedan enganchadas por
décimas de segundo estableciéndose entre ambos un flujo de comunicación
que va de entraña a entraña y que parece que a partir de ese momento
será eterno.
Me han bastado 27 años con sus días y noches para
darme cuenta de que son necesarias exactamente esas mismas décimas para
que la eternidad se convierta en instante, en un simple reflejo de
inconsciente a inconsciente que no dura más que la fugacidad de una
mirada. Conseguir atrapar un “instante” en el otro no es fácil pero
cuando sucede el mundo se detiene y cobra sentido. Y entonces parece que
yo adquiero el derecho y el deber de estar atado o unido al otro para
siempre. Y si esa persona desaparece son el dolor y la ausencia los que
parecen eternos, y no se mitigan con otras personas con las que no se
establezca ese flujo, esa conexión mágica y aparentemente irrompible.
Fue mi profesor de psicoterapia y aquella persona que me hizo bajar de
su coche después de un viaje a la playa, o aquella que no respetó mis
tiempos, o la que desapareció sin más, sin saber cómo ni por qué, las
que me han enseñado que en aquellas miradas atrapadas se encontraba la
verdadera felicidad que forma parte de la eternidad de tus recuerdos.
Tómatelo así, abre bien los ojos y no dejes escapar ninguna mirada que
se te cruce por ahí, da igual lo que suceda después, pase lo que pase,
estén dónde estén,esas miradas compartidas nunca dejarán de ser
instantes eternos.
LITTLE
LITTLE
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