Subido en la
estatua de la diosa Cibeles y rodeado de una horda de bichos me imagino que soy
el capitán del Madrid levantando la
Copa de Europa, pero solamente me lo imagino. Todavía no
tengo mucha confianza con las otras 3 personas vivas que me han ayudado a
subirme. Ellos ya tienen sitio cogido para dormir a salvo, yo me lo tengo que
buscar, pero hay bastante más superficie que en el madroño de bronce
puntiagudo.
Hace rato
mientras sonaban las nueve campanadas en la Puerta del Sol me dí cuenta de que todos se
quedaban hipnotizados buscando el origen del sonido, es más, tardaban como un
minuto en volver a pensar en carne fresca que llevarse a la boca. Esperé una
hora y probé a acercarme a ellos con cautela mientras sonaban las diez; no me
hicieron ni caso hasta un minuto después de terminar las campanadas, además eso
les hacía avanzar hacia el reloj y alejarse de mí, lo que me dejaba la calle
Alcalá despejada hasta donde me alcanzaba la vista. Conclusión: salir por patas
a las once en punto de la noche.
Dicho y hecho.
Mi carrera debía evitar las calles estrechas y tenía que intentar llegar hasta
la estación de Atocha, donde seguramente podría entrar a las vías para volver a
casa a pie o incluso robar un tren, las posibilidades serían infinitas. Pero
todo se torció cuando, según me han contado, la “manifestación contra los aranceles para la exportación del caracol
tigre” se convirtió en una manifestación zombi de miles de individuos
(decenas según las autoridades) y empezó a vagar sin rumbo desde la Glorieta de Carlos V
hasta pasada la plaza de Neptuno. Incluso me imagino a alguno de ellos
admirando los cuadros del Museo del Prado y haciendo una reflexión crítica de
la obra de Goya.
La cosa fue que
me topé de frente con unos cuantos monstruos desperdigados y tuve que avanzar
como un jugador de fútbol americano con la vista puesta en trepar a la estatua
donde unos desconocidos me animaban efusivamente. La elegancia de los que
intentaban cazarme me llevó a pensar que serían trabajadores del Banco de
España que salieron a fumar un cigarro y entendieron que el tabaco mata, o
funcionarios del ayuntamiento que no tendrían mucho que hacer ese día.
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