La noche les
pone nerviosos. Empiezan a amontonarse alrededor de la fuente de Cibeles y alguno
llega a subir. Yo no me atrevo a mucho todavía, lo más gordo que he aplastado
en mi vida es alguna cucaracha de las rojas y me dio bastante asco, así que no
se si sería capaz de atravesar cabezas alegremente como en las películas de
zombis.
Mis compañeros
de fuente empiezan a empujar a los que se suben. Yo les señalo la parte de la
plaza que está a nuestras espaldas donde todavía no hay casi bichos y por donde
podríamos salir corriendo, pero ellos me dicen que están muy mayores para
correr y que no se van a mover de allí. “Pues yo aquí no me quedo”. Les digo
que me voy, me dicen que adiós y de un salto, sin llegar a mojarme, llego de
nuevo al asfalto para salir corriendo en dirección a la Puerta de Alcalá. No me da
tiempo a sentirme culpable por abandonarles, hay que sobrevivir. Tampoco he
tenido tiempo de reflexionar sobre la situación, de sentirme asustado, de
llorar, de descansar…
Voy pensando en
dormir en un árbol del Parque del Retiro pero la simple idea de meterme en un
bosque oscuro lleno de “cosas” que intentan comerme me da escalofríos así que
tendré que buscarme alguna alternativa.
Metido en mis
pensamientos no me he dado cuenta de que voy corriendo por la acera y de
repente aparecen unos cuantos “amigos” de una esquina con los ojos en sangre
dirigiéndose hacia a mi. Me quedo paralizado y salto la pequeña valla que me separa
del asfalto con tan mala suerte que piso una alcantarilla y me hago daño en el
pie. Cagada. Como lo último que quiero es ser alimento de zombis, mi cerebro
piensa más rápido de lo normal y veo a los pocos metros un coche con la puerta
abierta… de los tantos que hay por en medio de la calle. Debo ser un poco tonto
porque no creo que exista sitio más cómodo y seguro que un coche bien cerrado
con los asientos tumbados y ni siquiera había pensado en ello.
Subo al coche,
miro los asientos traseros para no encontrarme sorpresas, cierro los seguros y
me pongo en el asiento de atrás, que tiene los cristales tintados. Estoy alerta
por si me han seguido pero pasan los minutos y nadie me ataca, parece que nos
han tocado zombis de esos torpones, de los que cuando ves una película no te
explicas como atrapan a la gente ni como han conseguido conquistar el mundo.
Aún así son mayoría y eso me perturba. Me acomodo y cierro los ojos intentando
dormir.
CONTINUARÁ...
DR. BARNEKOW
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