Después de un
minuto de pie en la calle me doy cuenta de que el peligro no ha desaparecido, veo
los rincones de sombra llenos de gente aletargada. Parece que alguno se
percata de que estoy en medio de la calle, se vuelve hacia a mí y todos le
siguen como borregos. A unos metros veo una bicicleta tirada y no dudo en
cogerla, me puede dar bastante ventaja ya que, hasta donde conozco, esta gente
no es capaz de correr. Lo malo es que hay muchos coches tirados en medio de la
calle y corro el peligro de que me sorprendan.
Como tengo que
pasar por Cibeles curioseo un poco para encontrar pistas de mis compañeros de
la noche anterior. Veo restos de cuerpos repartidos por toda la fuente. Me
paro, vomito y lloro. Cojo la bici, doy dos pedaladas, me paro, vomito y lloro…
y así tres veces más. Decido bajar dirección Atocha antes de que se me echen encima,
espero que la manifestación de ayer se dispersara sin necesidad de que
intervinieran las autoridades, además al estar prevista la concentración la
calle está más despejada de coches en esa dirección. Cuando paso por Neptuno me
imagino que estoy corriendo la última etapa de la vuelta a España y empiezo a
hacer comentarios en voz alta imitando a Perico Delgado y Carlos de Andrés…
¡Gano la etapa al pasar por el semáforo de la Glorieta de Carlos V con
5 minutos de ventaja sobre mis perseguidores, lo que me da la victoria final!
Un poco exhausto por el sprint final me paro a
pensar en qué puedo hacer ahora. No puedo parar mucho porque mi presencia hace
que, a su ritmo, los “seres” se vayan dirigiendo hacia mí con intenciones
antropófagas. Pasar por dentro de la estación de Atocha para llegar a las vías
es demasiado arriesgado y además una vez en la vía no podría usar la bicicleta;
no pienso andar 50
kilómetros a pie. Decido que la mejor manera de volver a
casa es la autovía, quizás allí encuentre una moto o, si la carretera estuviera
despejada, un coche chulo del que apropiarme. Pero antes de empezar el camino a
casa tengo que pasarme por el piso de Lola, puede que regresara a casa asustada
y esté allí escondida y a salvo. He visto algunas personas asomadas en balcones
por lo que no sería extraño que hubiese sobrevivido, además vive cerca de la
glorieta de Embajadores y puedo pasar por ahí siguiendo mi plan de desplazarme
por calles anchas, pero su calle no es ancha y yo no tengo llaves. No se si me
apetece pasar ese riesgo… morir por amor que romántico y que absurdo a la vez.
CONTINUARA...
DR. BARNEKOW
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