Entregado
a mi carrera de ciclista (yendo cuesta abajo es más fácil) llego a embajadores
y me dirijo a la calle donde vive Lola, donde pasé la noche del domingo. Hace poco
más de media hora que salí del coche por lo que la situación aquí es parecida a
la de la Calle Alcalá :
gente adormecida amontonada en los sitios donde todavía hay sombra.
Llego
lanzado a la calle y según me acerco al portal pienso en como acceder a su
casa. Vive en un primero y muchas veces, apoyado en el balcón, me he imaginado
saltando de uno de los coches aparcados para darle una sorpresa, pero no es tan
fácil y lo tengo que hacer rápido. Los coches están más lejos de lo que yo he
saltado nunca. Alcanzo el portal a salvo porque en esta calle da el sol desde
por la mañana, tiene muy buena orientación, y la gente está escondida en la
sombra. Dejo la bicicleta apoyada en un coche y le doy una patada a la puerta
de abajo para que se abra, compruebo que no hay muertos dentro y subo corriendo
las escaleras. Aporreo la puerta pero nadie me abre… insisto y no hay
respuesta. Debería pensar en salir de aquí antes de que vengan a verme los
colegas comilones.
Justo
antes de salir por patas oigo una voz que viene de la puerta de al lado. Me
dice que no hay nadie en casa de Lola, yo le pregunto que quién es. Se abre dos
dedos la puerta sujeta con una cadena y veo la cara de un señor mayor que me
observa detenidamente de arriba abajo, vuelve a cerrar la puerta, quita la
cadena y me ofrece entrar. Me dice que se llama Eulogio, le contesto que me
llamo Tito.
Sentado
en su sofá me cuenta que no sabe que ha pasado pero que desde ayer por la
mañana todo el mundo está como loco por las calles. Desde el balcón ha sido
testigo de cómo unas cuantas señoras que volvían de la compra rodeaban a un
amigo suyo y “le sacaban hasta las tripas”, las intentó disuadir llamando a la
policía pero el único agente que apareció ayudó a las señoras y luego todos se
encaminaron hacia el portal, así que cerró las puertas y las ventanas de par y
par y desde entonces ha estado intentando hacer el menor ruido posible. Me
asegura que no ha oído a nadie entrar ni salir y dice que sabe lo que ha
pasado: “la gente se ha convertido en zombis”. ¡Toma ya! El señor me ha dado la
clave.
La
verdad es que me encuentro somnoliento y el sofá de Eulogio es muy cómodo,
además su tono de voz, mientras me cuenta sus últimos dos días escondido, es
hipnótico. Como advierte que me estoy durmiendo me invita a comer un poco y me
ofrece una cama para que pueda descansar lo que me apetezca. ¡Que majete este
hombre! Después de la comida me invita a tomar un café con leche, dice que estaba
guardando la poca leche que le quedaba para “una ocasión especial” y como no prevé
tener muchos invitados en los próximos días me la ofrece a mí. Le digo que
últimamente me sienta un poco mal pero que le acompaño mientras se bebe ese
café y al final me prepara un té.
Antes
de dormirme en la habitación que Eulogio me ha ofrecido amablemente, pongo las
dos mesillas a los pies de la cama atrancando la puerta, por si acaso. No me da
tiempo a pensar mucho antes de quedarme dormido, de hecho no he tenido casi
tiempo de pensar desde que doblé la esquina de Latina y empecé a generar adrenalina
en cantidades industriales.
El
señor se queda en el salón intentando sintonizar algo en su radio de pilas,
según me ha contado desde ayer lunes a mediodía ya no hay nada en la tele,
apenas dieron unas pocas noticias de ataques durante la noche del domingo.
Todavía hay electricidad y funciona el gas. Noto como desiste de encontrar algo
y apaga la radio, supongo que querrá descansar un poco. Es poco más de medio
día del martes, pero parece que llevo semanas huyendo.
CONTINUARÁ...
DR. BARNEKOW
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