jueves, 18 de abril de 2013

MADRID Z 10. RATOS DE MIEDO


Me meto en la ducha ya en la mañana del miércoles, al que he bautizado como el tercer día zombi, y no dejo de pensar en lo que pasó anoche y en lo que nos acaba de pasar.

Ayer Ana sacó su jeringuilla y una aguja y me cogió de la mano para salir a la terraza. Ahora pienso en que me gustó que me cogiera de la mano y me desvío de la historia, además tengo novia, novia zombi seguramente, pero novia, y hasta que no hable con ella y lo dejemos no debería hacer nada, porque si cuando se enfada tiembla la casa no me quiero imaginar que pasará si se entera de que la engaño siendo zombi… me come vivo. Aunque deberá entender que no puedo mantener una relación con ella siendo una zombi, somos de mundos muy diferentes. ¿Cómo serían nuestros hijos?

A lo que iba. Salimos a la terraza y pusimos en marcha su plan que consistía en llamar la atención de Eulogio para agarrarle y sacarle sangre de algún modo. Con el palo de la fregona dimos golpes en su balcón y conseguimos que toda la calle nos mirara con deseos caníbales. Al poco salió Eulogio y se acercó al muro que le separaba de nosotros, una vez allí estiró los brazos como queriendo alcanzarnos. Se supone que entonces yo tenía que agarrarle el brazo, pero me quedé totalmente paralizado, ¿y si me arañaba o me clavaba las uñas y me infectaba?... Tras una mirada de sorpresa de Ana, agarré con fuerza el cubo de la fregona con la izquierda y le aprisioné la mano mientras con la derecha le sujetaba el brazo. Era su turno. Entonces, cual banderillera en tarde de faena, se abalanzó sobre la vena hinchada en el brazo de Eulogio y en pocos segundos ya tenía la jeringuilla llena. Ana soltó de golpe, yo seguí haciendo fuerza, el señor dio un latigazo en dirección contraria y un crujido horrible se metió en mi oído mientras el codo de Eulogio se doblaba del revés. Me dolió más a mí que a él, literalmente. Me quedé horrorizado y tirado en la terraza, mientras él, ajeno a su luxación o rotura de codo o lo que fuera, insistía en atrapar a quien estuviera al otro lado de la terraza.

Mis sudores no me dejaron ver como Ana lloraba desconsolada detrás de mí. Cuando tomé conciencia de nuevo fui hacia ella y la abracé con fuerza. Nos conocíamos solamente de hace unas horas y ya era el segundo abrazo que nos dábamos, en el primero hubo mucha pena, en este segundo había terror. Después de eso ya no hubo fuerzas para mucho más, un poco de alcohol y la bajada de adrenalina nos hizo caer dormidos a los dos, cada uno en su sofá. No hubo medidas de seguridad entre nosotros, bajamos la guardia pero no importaba, no había razones.

Serían las ocho de la mañana cuando nos han despertado unos gritos que venían de la calle. Nos hemos levantado sorprendidos a la vez y ha llegado el momento más aterrador desde que los zombis invadieron Madrid.



CONTINUARÁ!!!

DR. BARNEKOW

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