Me meto en la
ducha ya en la mañana del miércoles, al que he bautizado como el tercer día
zombi, y no dejo de pensar en lo que pasó anoche y en lo que nos acaba de
pasar.
Ayer Ana sacó
su jeringuilla y una aguja y me cogió de la mano para salir a la terraza. Ahora
pienso en que me gustó que me cogiera de la mano y me desvío de la historia,
además tengo novia, novia zombi seguramente, pero novia, y hasta que no hable
con ella y lo dejemos no debería hacer nada, porque si cuando se enfada tiembla
la casa no me quiero imaginar que pasará si se entera de que la engaño siendo
zombi… me come vivo. Aunque deberá entender que no puedo mantener una relación
con ella siendo una zombi, somos de mundos muy diferentes. ¿Cómo serían
nuestros hijos?
A lo que iba.
Salimos a la terraza y pusimos en marcha su plan que consistía en llamar la
atención de Eulogio para agarrarle y sacarle sangre de algún modo. Con el palo
de la fregona dimos golpes en su balcón y conseguimos que toda la calle nos mirara
con deseos caníbales. Al poco salió Eulogio y se acercó al muro que le separaba
de nosotros, una vez allí estiró los brazos como queriendo alcanzarnos. Se
supone que entonces yo tenía que agarrarle el brazo, pero me quedé totalmente
paralizado, ¿y si me arañaba o me clavaba las uñas y me infectaba?... Tras una
mirada de sorpresa de Ana, agarré con fuerza el cubo de la fregona con la
izquierda y le aprisioné la mano mientras con la derecha le sujetaba el brazo.
Era su turno. Entonces, cual banderillera en tarde de faena, se abalanzó sobre
la vena hinchada en el brazo de Eulogio y en pocos segundos ya tenía la
jeringuilla llena. Ana soltó de golpe, yo seguí haciendo fuerza, el señor dio
un latigazo en dirección contraria y un crujido horrible se metió en mi oído
mientras el codo de Eulogio se doblaba del revés. Me dolió más a mí que a él,
literalmente. Me quedé horrorizado y tirado en la terraza, mientras él, ajeno a
su luxación o rotura de codo o lo que fuera, insistía en atrapar a quien
estuviera al otro lado de la terraza.
Mis sudores no
me dejaron ver como Ana lloraba desconsolada detrás de mí. Cuando tomé
conciencia de nuevo fui hacia ella y la abracé con fuerza. Nos conocíamos
solamente de hace unas horas y ya era el segundo abrazo que nos dábamos, en el
primero hubo mucha pena, en este segundo había terror. Después de eso ya no
hubo fuerzas para mucho más, un poco de alcohol y la bajada de adrenalina nos
hizo caer dormidos a los dos, cada uno en su sofá. No hubo medidas de seguridad
entre nosotros, bajamos la guardia pero no importaba, no había razones.
Serían las ocho
de la mañana cuando nos han despertado unos gritos que venían de la calle. Nos
hemos levantado sorprendidos a la vez y ha llegado el momento más aterrador
desde que los zombis invadieron Madrid.
CONTINUARÁ!!!
DR. BARNEKOW
No hay comentarios:
Publicar un comentario