Con el sudor
resbalando por mi frente y Eulogio de camino a la terraza, escucho una voz que
me susurra a través del toldo descolgado del balcón de al lado. Adivino una
cara de mujer que me dice que no salte, que intente pasar donde ella se
encuentra. Me tengo que fiar porque todavía no he visto zombis que hablen, así
que supongo que está viva y me quiere ayudar.
Me desplazo
poco a poco hasta agarrarme a ambos balcones a la vez. Eulogio ya está en la
terraza y viene hacía mi. Pero justo cuando estira los brazos para alcanzarme
paso al otro lado y me lanzo de cabeza por la rendija que hay entre el toldo y
la pared. En el balcón oscuro del piso de al lado me recibe una chica joven,
morena que me pregunta entre susurros si me encuentro bien. Se me va a salir el
corazón del pecho, pero no me puedo quejar, sigo vivo.
Me invita a
pasar dentro y me dice que se llama Ana. Me ofrece una manzanilla y me pide que
le cuente como he llegado hasta allí, supongo que lo hace para que me
tranquilice mientras hablo. Ella está bastante tranquila y cuando concluyo mi
historia me dice: “es la leche”. Pues sí, es la leche que sean las tres de la
tarde del martes y parezca que han pasado años desde que me desperté ayer lunes
y empecé a correr. Pero me rectifica. Dice que tiene la teoría de que es la
leche la que ha provocado todo esto. Ha estado haciendo listas como la mía,
quizás con más sentido que yo. Ella lleva desde ayer por la mañana en casa y ha
podido asimilar todo esto desde la tranquilidad de una casa cerrada. Es
intolerante a la lactosa y es lo único que ella no ha tomado en las últimas
horas… pensándolo bien yo tampoco lo he hecho.
Intento sacar
fallos a su teoría pero me explica que de alguna forma se ha contaminado la
leche y todo el mundo que la ha probado desde el domingo por la noche ha
terminado contaminado. Es enfermera y salió de trabajar el domingo a las diez
de la noche, fue hasta su casa que comparte con otras dos chicas y se acostó
porque estaba cansada. La mañana del lunes desayunó zumo mientras sus
compañeras tomaban leche con cereales y después de hablar un rato y fumarse un
cigarro salieron las tres de casa a la vez, sobre las doce del mediodía; justo
cuando yo doblé la esquina de Latina. Al poco de bajar a la calle vieron que
todo el mundo estaba raro, muchos andaban con espasmos, algunos andaban sin
rumbo y otros huían corriendo sin saber muy bien por qué. Sus compañeras se
empezaron a encontrar mal casi a la vez y ella trató de socorrerlas. Intentó
llamar a la ambulancia y las líneas estaban colapsadas, así que quiso subirlas
a casa pero vio a escasos metros como unas señoras atacaban a un hombre mayor y
lo devoraban como locas.
Aquí Ana
empieza a llorar rompiendo con la calma que había mostrado hasta ahora.
Una de las
señoras se volvió hacia ella con ojos de furia y entonces entendió que tenía
que salir de allí lo antes posible, aunque para ello debía abandonar a sus
amigas. Las recostó con cuidado y se fue hacia el portal. Se metió rápidamente con
la señora pisándole los talones y se encontró con otro vecino convulsionando en
el portal. Subió corriendo, cerró la puerta con llave, salió al balcón y bajó
el toldo sin las sujeciones para que nadie pudiera verla desde la calle.
Asomada a la rendija del toldo vio como sus amigas se levantaban y empezaban a
caminar sin rumbo, con la piel pálida, los ojos enrojecidos y la boca abierta.
CONTINUARÁ...
DR. BARNEKOW
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