La ducha me
está sentando genial para apagar el sofoco del susto. Ana se ha duchado
primero, y cuando ha salido todavía lloraba desconsoladamente, no se como
estará ahora mismo. Yo tengo todavía la carne de gallina y me duele el
estómago.
Esta mañana
sobresaltados por los gritos nos hemos mirado y hemos salido corriendo al
balcón, Ana ha levantado un poco el toldo y hemos podido ver a una señora
pidiendo auxilio en el balcón de enfrente. Por supuesto sus gritos han sacado
del letargo a todos los infectados del barrio. Hemos preguntado nerviosos que
es lo que pasaba, olvidando la alegría de encontrar a alguien más con vida. La
señora nos ha explicado llorando que su hijo se estaba poniendo enfermo que
tenía temblores y que no sabía que hacer. La única solución era convencer a la
pobre mujer de que su hijo se iba a transformar en zombi y que tenía que
sacarlo de casa o aislarlo en una habitación antes de que dejara de tener los
temblores, porque, como pude comprobar con Eulogio (que por cierto estaba en su
terraza con su brazo partido mirándonos con cara de hambre) es el momento en
que se convierten definitivamente.
Con nerviosismo
le hemos dicho a la mujer como actuar, pero estaba completamente bloqueada, ha
perdido las fuerzas y se ha dejado caer de rodillas en la terraza mientras no
paraba de nombrar a su hijo, a su pobre hijo. Ana me miraba con cara de
desesperación, pero no podíamos hacer nada, la calle estaba llena y el balcón
estaba demasiado lejos para intentar cualquier gesto heroico. Le he empezado a
gritar a la señora para que se pusiera en pie y actuase rápido. Por lo menos
tenía que intentar encerrarse ella en la terraza o en alguna habitación y en
unas horas, cuando la calle se hubiese despejado, podríamos pensar en un
posible rescate. En ese momento la señora se ha tranquilizado un poco y ha
conseguido levantarse, parecía que había avances. Mientras yo estaba
totalmente centrado en ella, Ana ha pegado un pequeño grito mientras se ha
echado las manos a la boca. Dentro de la casa el hijo se había puesto en pie y
su instinto le hacía buscar carne sana.
En esos
momentos la única opción era que la señora saltase al balcón de al lado ya que
no se podía cerrar la terraza desde fuera, era cuestión de tiempo que el hijo
la encontrase. Ya no hemos dejado de llorar y de decirle a la pobre mujer que
lo intentase, pero no lo ha hecho. En unos segundos el hijo ha salido al balcón
y la señora se ha alegrado de verle, pero rápidamente se ha percatado de que algo
no iba bien. También se ha dado cuenta de que no podía huir.
El primer
bocado ha ido al cuello, Ana se ha tirado al suelo dando la espalda a la escena
y tapándose los oídos para no escuchar los gritos, yo me he sentado a su lado y
he hecho lo mismo. Después de cinco minutos me he levantado, he bajado el toldo, he
cogido a Ana de la mano y nos hemos metido dentro como si nos persiguiese el
miedo.
CONTINUARÁ!!!
DR. BARNEKOW
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