Salgo
de la ducha más tranquilo y Ana está tumbada en el sofá tapada con una manta y
con restos del sofoco en la cara. Me siento a su lado, me coge la mano y
empezamos a hablar de todo. Nos contamos nuestra vida, nuestros estudios,
nuestros hobbies… Me pide una cerveza, le suelto la mano y voy hacia el
frigorífico, miro de reojo el balcón de enfrente entre las rejas que quedan al
aire por debajo del toldo y veo como la pared ha quedado impregnada de sangre y
restos de tripas. Giro rápidamente la cabeza y empiezo a sudar, Ana me dice
desde el sofá que no debería haber mirado, se levanta y baja la persiana de la
terraza, nos quedamos a oscuras y son solamente las 11 de la mañana.
Encendemos
una pequeña lámpara y nos tomamos la cerveza tranquilamente. Dice que tenemos
que pensar en como ir al Hospital, no queda muy lejos y quizás a esta hora que
aprieta el calor inusual de este mes de abril los zombis estén menos activos y
sea más fácil llegar hasta allí. Antes habría que mirar por el balcón para ver
como está la calle y eso implica volver a ver los restos de la señora de esta
mañana… habrá que hacerlo.
Nos
ponemos en marcha. Yo preparo mi mochila con comida y agua, por si acaso, y
ella prepara una mochila con sus cosas y espacio de sobra para coger
medicamentos del hospital. Nos hacemos unos macarrones para comer y aunque he
pensado en echarle un poco de carne picada hemos desechado la idea por si acaso
no fuese la leche lo único que está contaminado. Nos planteamos si mirar por el
balcón antes o después de comer y, lógicamente, decidimos que después. Debe ser
el paso previo a salir corriendo. Nos sentamos a la mesa y devoramos la comida.
Después de tantos disgustos teníamos la tripa vacía. Hablamos sobre la
necesidad de aumentar nuestra resistencia ante estos episodios de horror, es
muy probable que tengamos que acostumbrarnos a ver como destripan a la gente y
llegamos a la conclusión de que cuando los zombis tengan hambre empezarán a
comerse entre ellos. Terminamos de comer, recogemos, nos lavamos los dientes y
nos colocamos frente a la persiana. Ana tira de la cinta con cuidado para no
llamar la atención de nadie, salimos y nos agachamos para mirar entre los
barrotes del balcón.
Con
cara de asco prestamos atención a todo y vemos la calle despejada de todo ser
viviente… y no viviente. La moto de la compañera de Ana está a unos 20 metros en la acera de
enfrente pero hay que ser rápidos ya que una vez que la arranquemos, la calle
se llenará de bichos. Cojo el palo de la fregona para usarlo de lanza desde la
moto en caso de que nos ataquen.
El
plan ahora es revisar la escalera para poder salir. Abrimos la puerta con
cuidado y mientras uno sube hacia el segundo piso con cuidado, el otro baja al portal,
así conseguimos cubrir nuestros pasos en caso de encontrarnos con algún
problema. Al minuto nos volvemos a encontrar en la puerta de la casa, tomamos
aire y salimos rápidamente hacia la calle. Cerramos con cuidado el portal y
miramos a ambos lados para comprobar que no hay nadie. El sol aprieta con
fuerza y podemos ver algunos cuerpos andando en un parque que hay al final de
la calle, están bastante lejos.
Ana
arranca la moto, yo me siento detrás, la agarro con fuerza con el brazo
izquierdo y empuño el palo de la fregona con el derecho. Empieza el viaje.
CONTINUARÁ!!
DR. BARNEKOW
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