Se dejaba ver
muy de vez en cuando. Si el día era lluvioso abría la puerta, se paraba en la
entrada de su casa y estiraba la mano durante un rato para luego volver a encerrarse
sin dar explicaciones. Si el día estaba despejado simplemente permanecía en el
borde de la puerta mirando al vacío.
Pasaron las
noches y los días, las tardes y las mañanas, hasta que desde el umbral de la
puerta comenzó a gritar:
- ¡Vecinos!
¡Acercaos!
Los vecinos llegaron
poco a poco. Se fueron avisando unos a otros, mientras él seguía con su
llamamiento dejando pausas de un par de minutos.
Cuando lo creyó
conveniente empezó con el discurso:
- Hace hoy
exactamente dos años, a esta misma hora, estaba enterrando a mi mujer y a mi
hija. Siento haber estado ausente, necesitaba encontrar la manera de
recuperarlas. ¡No se muevan!
Entró en casa y atravesando
el tejado empezaron a crecer tres estatuas metálicas de unos 20 metros , formadas por
un hombre, una mujer y una niña. Él, situado en la parte más alta del conjunto,
esperó a que todo se posicionara, cruzó las manos en su pecho, cerró los ojos y
se dejó caer.
DR. BARNEKOW
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