jueves, 10 de mayo de 2012

44 MINUTOS

Suena el inconfundible sonido que avisa del cierre de puertas, elijo uno de los pocos sitios que quedan libres y me siento junto a una señora cargada de bolsas del supermercado. Mucha gente se queda de pie y en el centro del vagón un hombre de unos cuarenta años le cede su sitio a una mujer mayor que viaja junto a su esposo, por contagio la chica de su lado le cede el sitio al marido de la mujer.

La chica es morena, de altura media, con el pelo largo y rizado, los ojos marrones y la dentadura perfecta... sí, me he fijado en ella.

Tras la segunda parada el sonido inconfundible que avisa del cierre de puertas, de nuevo, coloca a todo el mundo en sus asientos, después de que se bajará la gente que vive en el extrarradio de la gran ciudad. 

Ahora sólo quedamos los de las "ciudades dormitorio" y ella sigue allí, sentada de lado, de espaldas a la ventana. Como estoy sentado frente a ella no puedo evitar mirarla y fijarme en su nariz redonda, en su barbilla ligeramente puntiaguda...

Ya estamos a mitad de camino, el vagón está cada vez más vacío y ella sigue allí. En secreto deseo que llegue a la última parada y en mi cabeza me imagino como sería saludarla. Me pregunto si ella se habrá fijado en mí...

Antes de la siguiente parada la llaman al móvil, escucho su voz sin pararme a pensar en lo que está diciendo y me fijo como se mueve su boca. Incluso me siento mal por pensar tanto en ella.

El sonido inconfundible que avisa del cierre de puertas hace que la busque en el andén y veo como el tren la rebasa sin contemplación. La miro pero ella a mí no.

El programa de radio que llevo oyendo desde que arrancó el tren deja de oírse como todos los días a la misma hora y en el mismo lugar, incluso pierdo la cobertura del teléfono. Me imagino una tragedia en ese lugar, a todo el mundo intentando llamar sin resultado y la desesperación que nos envolvería.

Penúltima parada y el vagón queda casi vacío, me centro en mirar el atardecer rojo de otoño en la semana del año que el cielo nos enseña como recorta los días sin contemplación.

El sonido inconfundible que avisa de la apertura de puertas hace que el tren se quede vacío en un instante y todos nos encaminemos a disfrutar de nuestro tiempo libre... Y yo me olvidé de ella, de la señora con las bolsas, del hombre que dejó su sitio amablemente, de todo lo que pasó en esos 44 minutos y nunca más lo volví a recordar...

...hasta ahora.

DOCTOR BARNEKOW

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