lunes, 26 de noviembre de 2012

LO QUE NO HABÍA PASADO

Sabía que era su última oportunidad de recuperarla, pero no sabía como hacerlo. Su mano derecha cogió un lápiz y la izquierda un papel. Las palabras salían solas. Firmó con un "te quiero", cerró el sobre y puso el sello para después salir rápidamente a la calle en busca del buzón más cercano.

Ahora tocaba esperar.

En el mundo moderno es difícil soportar el tiempo que tarda en funcionar el clásico sistema del correo postal. Si en 10 minutos no tienes respuesta a ese sms, wahtsapp o llamada perdida, puedes cambiar tus planes, enfadarte, deprimirte o llorar. Y si un minuto más tarde llega la respuesta, puedes sonreír o reprochar la tardanza.

Un día después se había comido todas las uñas y descubierto padrastros en lugares inaccesibles de sus dedos. La tensión de la espera no le dejaba dormir, le hacía comer a toda prisa y hasta le provocó un ligero estreñimiento. 

Se había propuesto no dar señales de su acto de valentía por lo que, a menudo, luchaba contra sus propias ganas de coger el teléfono y preguntarle si había recibido algo. Intentaba borrarlo de su mente para que el día  indicado le cogiera por sorpresa, pero resultaba imposible a todas luces.

Esa semana duró meses para él. Se informó de la duración media de la entrega de cartas, se arrepintió mil veces de no haberla enviado certificada y hasta estuvo a punto de coger el coche y presentarse en la puerta de su casa. Todas las opciones iban contra su plan de que pareciera tener el control de la situación.

En su vida había utilizado tanto la llave del buzón como esos días. Aunque en realidad no sabía si ella le llamaría al recibirla o le contestaría sin más.

Después de tres semanas el desánimo le embargó y los días fueron haciendo mella en su paciencia. Se resignó y poco a poco olvidó lo que había hecho.



Abrimos paréntesis:
A 600 kilómetros de allí una carta pasó meses y meses en un buzón hasta que alguien la sacó de pronto. Eran los nuevos inquilinos de un piso de alquiler que llevaba tiempo vacío. Intentaron averiguar la nueva dirección de la persona que tenía que recibir esa carta pero no tenían como hacerlo, así que escribieron unas líneas y la reenviaron al remitente. 
Cerramos paréntesis.




De nuevo aquí, una noche cualquiera él se cruzó con ella y ambos se sintieron incómodos. Él no se atrevió a preguntar por qué no respondió. Ella no se atrevió a averiguar por qué nunca la buscó. Se intercambiaron frases hechas y miradas incomodas y cada uno siguió su camino.

Pero ese día no era uno más y al abrir el buzón su mente voló, era el día que esperaba. Unas líneas le daban la explicación de lo que no había pasado y el valor para coger el teléfono, marcar su número y empezar la conversación con un "no te lo vas a creer".

DR. BARNEKOW

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